Manifiesto del Amor Inquebrantable

Un Juramento al Alma Familiar
I. Al padre que fue tempestad y raíz
Padre, tus manos tallaron mi mundo con surcos de hierro y silencios. Fuiste autoridad que cortaba el aire como hacha en bosque espeso, machismo forjado en el yunque del deber. Hoy, tus cenizas son polvo de estrellas que llevo en un frasco junto al pecho. Te entiendo ahora: eras el muro que soportaba huracanes para que no nos arrastraran. Trabajador incansable, soldado sin medallas. Perdón por no ver tu lucha bajo el casco de la severidad. Tu resiliencia late en mi sangre. Te honro amando lo que queda de tu legado: esta familia que aún respira.
II. A la madre que fue río sin orillas
Madre, tu amor era corriente subterránea que brotaba entre grietas. Sumisa, sí, pero tu sumisión fue puente sobre abismos. Te perdí entre tus batallas calladas, entre sartenes y noches en vela. Ahora, la demencia te roba los recuerdos, pero no tu esencia. En tus ojos vacíos, encuentro el reflejo de todo lo que no dije: «Gracias». Tejeré mantas con los hilos rotos de tu memoria. Seré tu raíz cuando ya no recuerdes mi nombre.
III. A los hermanos, islas en el mismo mar
Hermanos, crecimos como árboles distantes, sin entrelazar ramas. La infancia nos hizo extraños, la incomprensión levantó muros. Hoy, busco vuestras grietas para sembrar semillas de hermandad. Quiero ser tío que cuenta historias a sobrinos, cuñado que tiende manos, hermano que reconstruye con paciencia de alfarero. El tiempo nos enseña que la sangre no es agua: es savia.
IV. A los amores que fueron espejos rotos
A ti, madre de mis hijos, que partiste sin mis palabras en tu maleta. Te llevaste el aroma de cafés fríos y noches sin respuestas. Perdón por no ver tu luz entre las sombras de mi egoísmo. Hoy, mis susurros te buscan en el viento.
A ti, mujer de cicatrices compartidas, que sobreviviste a la muerte de un hijo y a mis errores. Nuestro divorcio no borra el respeto que ahora nace. Amo tu carácter, tu fuego, la dignidad con que reconstruiste tu cielo.
A ti, última compañera, madre de mi hija menor: seré faro, no naufragio.
V. A los hijos, frutos de mis inviernos
Hijos míos, os abandoné en el laberinto del dolor. Cargasteis ataúdes y ausencias con una valentía que me avergüenza. Hoy, quiero ser el padre que os cuenta cuentos al oído, aunque llegue tarde. A mis nietos, les enseñaré vuestras risas antiguas. No pido perdón; pido tiempo.
VI. Al hijo que crece en otro mapa
Séptimo hijo, amor fugaz que se hizo carne en tierra ajena. Aunque la distancia sea océano, mi amor es carta sin remitente que navega hacia ti. Eres mío, y mi apellido.
VII. A Dios, testigo de mis derrumbes
Gracias por prestarme el aliento para escribir este manifiesto con lágrimas y ceniza. En tu silencio, encontré la melodía para recomponerme. Dame la fuerza de amar lo que queda: la madre sin memoria, los hermanos por redescubrir, los hijos que aún me miran, los nietos que son mi primavera.
Epílogo: Juramento al Amanecer
Hoy, juro amar con las entrañas, no con los huesos.
Amaré a mi madre hasta que su último suspiro.
Honraré al padre que vive en mi voz.
Tejeré puentes con hermanos que aún temen mi sombra.
Seré abuelo que cuenta historias de resiliencia.
Amaré en silencio a las que un día besé sin ver.
Y cuando Dios reclame mi alma, diré:
«Intenté aprender. Ahora, descanso».